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enero 18, 2009

Sebreli en Perfil sobre religion y secularidad, alguien que escapa de analisis facilistas.

El sociólogo se ocupa de un tema crucial en los últimos tiempos,
actualizado de manera dramática a partir del conficto en la Franja de
Gaza: la tensa relación entre religión y política. Las conversaciones
entre el filósofo ateo Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger, poco antes
de ser consagrado Papa, incitan a una reflexión sobre las posibilidades
de la democracia de integrar a las creencias religiosas, y sobre todo,
acerca de la aceptación de las iglesias para vivir en un mundo moderno
y racional. Para eso también es necesario que las teocracias de Oriente
Medio acepten esos cambios.

El resurgimiento del fundamentalismo islámico en el Medio Oriente y en
países asiáticos con teocracias capaces de movilizar a amplios sectores
populares, actualizó el tema del fin del “desencantamiento del mundo” y
del regreso de las religiones.
Sin embargo, en occidente estos sucesos adquieren un carácter
contradictorio, si bien se observa desde finales del siglo pasado y
comienzos del actual una revalorización de la religión tan devaluada en
tiempos anteriores, a la vez, se notan signos opuestos de
debilitamiento. En el catolicismo, las vocaciones sacerdotales son cada
día más escasas, disminuyen la asistencia a misa y los matrimonios por
Iglesia, y casi ha desaparecido la confesión. Los dogmas contra la
disolución del matrimonio, la anticoncepción, el aborto, la libertad
sexual no son acatados ni siquiera por los mismos creyentes; nunca la
religión incidió menos en la vida cotidiana del hombre común. Las exequias del Papa Wojtyla fueron un suceso mediático multitudinario
pero no menos al fin que las de Lady D. Como decía César Magris la
Iglesia puede colmar las plazas pero no llenar los templos. Los medios
de comunicación masiva han transformado la religión en un espectáculo,
a su vez algunos grupos políticos la usan a favor de sus propios
intereses y ciertos intelectuales versátiles que, hasta hace poco la
desdeñaban, ahora la alaban,  Uno de los últimos debates que agitaron los círculos de la
intelectualidad europea fue el sostenido entre Jürgen Habermas y el
filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais. Esta polémica fue precedida
por otra más curiosa entre Flores d’Arcais y el entonces todavía
cardenal y prefecto de la Inquisición, Joseph Ratzinger moderados por
un judio (¿Dios existe? Diálogo sobre la fe, el saber y el ateismo). A
este debate debe agregarse la obra teórica y la militancia del teólogo
y filósofo católico Hans Kung que, desde hace años, viene bregando por
una profunda reforma modernizadora de la Iglesia. No siempre el debate religioso se da en ese nivel, algunos académicos
caen en posiciones tan artificiosas como la de Gianni Vátimo al
intentar la amalgama de Nietzsche y el cristianismo, otros más frívolos
adecuan el espiritualismo oriental al gusto californiano. Es curioso asimismo que un pensador como Carl Schmitt que reivindicaba
las más retrógradas tradiciones del catolicismo contrareformista
–Donoso Cortés– es hoy rescatado igualmente por el conservadurismo y
por el progresismo neopopulista. Más significativo aún es la influencia del fundamentalismo
evangélico en la derecha del partido republicano estadounidense. Es
sabido que buena parte de los electores de George W. Busch lo fueron
por sus posiciones religiosas opuestas al aborto y a la homosexualidad.
Esta incidencia de la fe en la política no forma, sin embargo, parte de
la tradición estadounidense. A diferencia de los países
hispanoamericanos de origen católico, la religión se mantuvo separada
del Estado desde el orígen mismo de su constitución como nación tal
como lo muestra la Declaración de derechos de 1776, donde por primera
vez en la historia se garantizaba “el respeto recíproco de la libertad
religiosa de los demás”. Los protestantes evolucionaron antes que los
católicos porque en la Reforma, con la libertad de interpretación de La
Biblia, estaba el gérmen mismo de la secularización. En la actualidad, en el corazón de occidente han surgido no sólo
movimientos religiosos, sino también filosóficos y hasta estéticos
contrarios a la racionalidad, la modernidad, el progreso científico y
la democracia que constituyeron su paradigma desde la Ilustración.
Samuel Huntington se equivocaba cuando hablaba de “choque de
civilizaciones” porque el conflicto no se da tan sólo entre occidente y
oriente, sino en el mismo occidente. Habermas, en el debate al que nos referimos habla del surgimiento de un
“pensamiento posmetafísico” como fundamento de una “sociedad posecular”
que no implica un retorno a una sociedad presecular y premoderna sino
la neutralidad y abstención del Estado democrático con respecto a las
visiones del mundo, filosóficas o religiosas. Esta posición fue la
defendida, contra la presión de las religiones, en la redacción de la
Constitución de la Unión Europea que decidió abstenerse de mencionar a
Dios, pues eso hubiera sido excluir a agnósticos y ateos. El regreso de las religiones en el mundo occidental se diferencia
todavía del fundamentalismo musulmán. Salvo las extravagancias
academicistas y las minorías de integristas católicos, fundamentalistas
evangélicos o de ortodoxos judíos, las religiones antiguas han aceptado
vivir en sociedades seculares. Las últimas expresiones de “naciones
católicas” terminaron con el fin de las dictaduras española y
portuguesa en Europa y las dictaduras militares en América latina.
Tardíamente, la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II en 1965,
aceptó la democracia y el liberalismo, satanizados hasta entonces.
Luego de siglos de luchar vanamente contra el avance de la modernidad,
el Vaticano –aunque todavía tiene pendiente la firma de la declaración
de ls derechos humanos del Consejo de Europa– ha tenido la inteligencia
de adecuar sus doctrinas de origen premoderno a los descubrimientos de
las ciencias, a convivir con otras religiones y con los no creyentes y
respetar la secularización del Estado de derecho y la Sociedad civil
para poder sobrevivir en el mundo moderno. El hecho de que Ratzinger,
que luego fuera un Papa tan conservador como Benedicto XVI aceptara un
debate público con un filósofo ateo, con la moderación de un judío,
muestra que la Iglesia se ha resignado, aunque a disgusto, a vivir en
una sociedad secularizada. No nos imaginamos, en cambio, un diálogo
similar entre un ayhatolah y Salman Rudshi discutiendo sobre la
existencia de Alá; la conversación se redujo allí a una orden de
asesinato. El Islam, salvo algunos pocos países y aun en estos no en su
totalidad, está lejos de esa transformación secularizadora y
modernizadora que con vacilaciones, emprendieron las otras dos
religiones antiguas, monoteístas y de igual origen abrahámico. Sólo un Estado democrático es capaz de reconocer el conflicto
inconciliable entre creyentes y no creyentes y entre creyentes de
distintas religiones y, a la vez, impedir que ese conflicto devenga
guerra ideológica. La modernización y la democracia dejarán de ser para
los orientales, una intromisión imperialista de occidente, sólo cuando
se decidan emprender por sí mismos, el proceso de secularización, y
transformen la teocracia en un estado laico.Esas transformaciones no serán fáciles de lograr cuando algunos
sectores de la intelectualidad occidental, los posmodernos, pretenden
relativizar la tradición universalista de los valores democráticos
reduciéndolos a mera particularidad occidental y justifiquen, sin
quererlo, en nombre del multiculturalismo, desigualdades y opresiones
que no aceptarían en su propio país, por el mero hecho de constituir
parte del ritual religioso y la identidad cultural de otros pueblos.