–La crisis financiera internacional evidencia una fuerte 
regresión de las políticas sociales, a partir de los planes de ajuste a 
que son sometidos varios países. ¿Cree que se profundizará esta 
tendencia
–Los datos son alarmantes. Portugal termina de reducir drásticamente su presupuesto de Educación, en un 8 por ciento. En tanto, Grecia ha bajado el sueldo de sus maestros y médicos. En Estados Unidos, el grupo conservador denominado “Tea Party” exige cortar severamente con todos los programas sociales. La austeridad que se está imponiendo en Europa no es una austeridad para todos, compartida, sino que apunta como una de sus víctimas principales a las políticas sociales. Hacer esto tiene costos, no es gratis. Así, los autodenominados indignados están diciendo en todos lados, con gran simpatía de sectores amplios de la población, que esto no es impune. Afirman, como lo recogió The New York Times hace pocos días, que el sistema político está abandonando a sus ciudadanos.  Estamos perdiendo el sentido de responsabilidad por los otros. La mayor 
crisis es de legitimidad. “Pensamos que los líderes no están haciendo 
nada por nosotros”, es lo que se escucha decir.
 –La crisis también desató un fuerte debate acerca del rol 
del Estado para salvar las asimetrías del mercado. ¿Cuál es su opinión
 –Es clave. Como lo está demostrando la crisis económica mundial, la 
política pública es imprescindible. En la Argentina, la dictadura 
militar asesina decía que “achicar el Estado es agrandar la Nación”. Lo 
decía al mismo tiempo que en todas las naciones de-sarrolladas el Estado
 crecía, y fue decisivo para el avance económico en Japón, Corea del 
Sur, Europa occidental, Canadá y los países nórdicos. También recordamos
 el “Menem lo hizo”. Desarticuló el Estado, redujo brutalmente el 
personal público, privatizó salvajemente y creó incentivos para que se 
fueran los más calificados. Los resultados fueron los esperables. En 
resumen, ese achicar el Estado significó reducir la Nación, dejar el 
terreno libre a la corrupción desenfrenada y a los monopolios, y dejar 
sin los servicios públicos más elementales, como el agua potable, a 
vastos sectores. Cuando llegaron los directivos de la nueva empresa 
pública de agua, creada por Néstor Kirchner en 2006, en sus oficinas 
sólo encontraron algunas secretarias y unas máquinas de escribir. La 
política pública del agua, como muchas otras, consistió en su 
desmantelamiento.
 –En los ’90, el gobierno y algunos comunicadores instalaron la idea de que el Estado no puede gestionar con eficiencia
 –Desde ya que puede. Así lo muestra el Estado argentino, que ha 
montado en tiempo record, y con gerencia social de la más alta 
eficiencia, el mayor programa social de la historia de las políticas 
sociales del país. Me refiero lógicamente a la Asignación Universal por 
Hijo, establecida por la presidenta Cristina Kirchner, el cual llega a 
más de 3,5 millones de niños desfavorecidos. O el simple hecho de que 
desde el Estado se pueda sacar el documento de identidad en cualquier 
lugar, y en plazos mínimos, protegiendo el tiempo de los ciudadanos. O 
que una institución pública, como el Invap de Bariloche, sea una 
referencia planetaria en tecnología de punta y esté ganando licitaciones
 mundiales para exportar reactores nucleares para fines pacíficos. Lo 
que se requiere es un Estado de una calidad distinta al de los ’60. Un 
Estado que dé la cara, que esté donde está la gente que lo necesita, no 
encerrado en oficinas lejanas, en horarios imposibles para los pobres y 
tras formularios que no pueden llenarse. Un Estado que tenga gerencia 
profesional de alta calidad, carrera administrativa, capacitación 
continua y movilice el compromiso de servicio y ético de sus 
funcionarios.
 –Chile fue tomado durante muchos años como ejemplo a seguir 
en materia de política económica y hoy cuenta también con sus 
indignados
 –Es similar a la Argentina de la década de los ’90. El país creció, 
pero no se desarrolló. Por el contrario, el modelo menemista triplicó la
 pobreza, hizo explotar la exclusión, produjo records históricos en 
desigualdad, cultivó el egoísmo exacerbado y redujo la participación. En
 medio de un 23 por ciento de desocupación con que terminó la 
convertibilidad, la libertad real dejó de existir
 
 –En su más de medio centenar de libros, se insiste en la 
idea de una economía con rostro humano. ¿Cómo se puede ligar el 
crecimiento con un desarrollo sustentable de la sociedad?
 
 –Hay que diferenciar un estadio de crecimiento con el de desarrollo.
 Un desarrollo real y sostenible significa crecer, pero asimismo 
integrar socialmente, universalizar la salud y la educación de buena 
calidad, dar acceso a la cultura, fortalecer la participación ciudadana,
 cuidar el medio ambiente, eliminar las discriminaciones por género, 
etnia y otras formas, posibilitando así el pleno ejercicio de la 
libertad. La Argentina de los últimos ocho años creció a altas tasas, 
pero al mismo tiempo se desarrolló. Todas estas dimensiones que fueron 
arrasadas en los ’90 han mejorado sustancialmente. La inversión social 
se ha duplicado, al igual que el presupuesto en Educación en términos 
del Producto Bruto, y es el mayor de América latina. El acceso a salud 
se amplió y la desocupación es mucho menor a la de los países 
desarrollados. La gente ahora tiene libertad real. Sin embargo, no 
basta, hay que avanzar mucho más, profundizando el modelo.
 
 –En el libro que escribió junto al Premio Nobel Amartya Sen,
 Primero la gente, analiza las inequidades en salud en América latina. 
¿En qué se evidencian esas diferencias?
 
 –El tema de las desigualdades es esencial, como lo entendieron los 
estudiantes chilenos que pelean por equidad en la educación, con el 
apoyo, según las últimas encuestas, del 90 por ciento de la población. 
El acceso a salud es muy dispar en la región. La distancia en mortalidad
 infantil se dobla en Monterrey, México, cuando se va del municipio rico
 de San Pedro Garza, donde mueren 18,4 niños de cada mil antes de 
cumplir los cinco años, a los municipios vecinos en la misma ciudad: 
General Zaragoza (37,9) y Mier y Noriega (37,5). La mortalidad materna 
en las poblaciones indígenas del Perú es casi diez veces la de las áreas
 urbanas. La esperanza de vida se reduce en las grandes ciudades cuando 
se toma el subte y se recorren algunas estaciones de las áreas de clase 
media, a las zonas pobres.
 
 –¿Cómo se puede revertir?
 
 –Se pueden enfrentar las inequidades, primero invirtiendo fuerte en 
atención en salud de calidad para todos. Al mismo tiempo, actuando sobre
 los determinantes sociales en salud, asegurando entre otros agua 
potable en instalaciones sanitarias. Asimismo, subiendo los niveles 
educativos. En la Argentina se ha mostrado con los excelentes resultados
 obtenidos en reducción de la mortalidad infantil, materna y general, 
por programas ejemplares como Remediar, Medicamentos Genéricos y otros 
en marcha en la actual gestión. En Uruguay son impactantes los éxitos 
alcanzados por la Reforma Integral de la Salud del Frente Amplio, y en 
el Brasil de Lula y Dilma, por el fortalecimiento de los consejos 
municipales participativos de salud. La participación en salud de la 
población es una estrategia ganadora, como indican los logros de los 
Municipios Saludables, desarrollados con un liderazgo de excelencia, por
 la Organización Panamericana de la Salud.
 
 –¿Cuál es el gasto necesario para que un Estado pueda combatir la pobreza?
 
 –Una distinción que he tratado de aportar a este debate es que ante 
todo deberíamos diferenciar de una vez entre gasto e inversión. Cuando 
hablamos de salud o educación, no es “gasto social”, como se lo 
denomina. Eso es pura inversión, de las más productivas que una sociedad
 puede hacer. Según los estudios de la Organización Mundial de la Salud,
 el retorno sobre la inversión en salud es de un 600 por ciento. En 
educación se multiplica muchas veces. Ganan, con ella, las personas, las
 familias y el país. Es por eso que deberíamos dejar de hablar de gasto 
social, que se asocia de por sí con algo prescindible, para empezar a 
tratarla como inversión e imprescindible.
 
 –Me corrijo entonces: ¿cuál debería ser la inversión?
 
 –No debería ser menor, según la Unesco, al 6 por ciento del Producto
 Bruto en Educación, y lo mismo, de acuerdo con la OMS, en Salud. En 
América latina es cercana al 4 por ciento en Educación y al 3 por ciento
 en Salud. Incluso en países de alto crecimiento como el Perú, está en 
el 2 por ciento en ambos campos. Estos niveles son inaceptables. 
Significan que no son una prioridad real para los que toman las 
decisiones presupuestarias, digan lo que digan en el discurso. En 
Argentina, Brasil y Uruguay son hoy prioridades reales. Argentina 
invierte actualmente el 6,5 por ciento del producto en educación, pero 
se necesita seguir aumentando estas inversiones, que son la mejor 
apuesta a un desarrollo integral y al mejoramiento de la equidad.
 
 –En sus escritos también trata el tema de la ética 
empresaria. Son conocidos los debates sobre Responsabilidad Social 
Empresaria, pero en la práctica parece más un eufemismo que una 
realidad.
 
 –La responsabilidad empresaria está creciendo y no es un regalo 
gracioso para los dueños de las compañías. Economistas muy 
conservadores, como el estadounidense Michael Porter, sostienen que la 
empresa privada está en uno de sus puntos más bajos de legitimidad 
histórica. Han contribuido fuerte la especulación salvaje en Wall Street
 y lo que el presidente Barack Obama llama “la codicia desenfrenada”. En
 tanto, otra parte de la sociedad civil está cada vez más organizada en 
muchos países, exigiendo ética a los líderes políticos. Y ahora la 
reclaman también a los empresarios. A esto se suman los pequeños 
inversores, muy ansiosos por ética, después de los gigantescos desfalcos
 y malos manejos, y los consumidores responsables que prefieren comprar 
productos de empresas “verdes” u orgánicas, sin manchas éticas. Uno de 
los empresarios más exitosos de Estados Unidos acaba de hacer un llamado
 que tuvo mucha repercusión en el mundo empresarial desarrollado, 
solicitando que se aumenten seriamente los impuestos a los más ricos 
para que los sacrificios sean realmente compartidos. Fue Warren Buffet 
quien planteó ante el Parlamento estadounidense: “No nos mimen más”.