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mayo 10, 2009

Catedrales y panqueques

Por Guillermo Jaim Etcheverry

Domingo 10 de mayo de 2009 | Publicado en edición impresa

Se acostumbra identificar generaciones a partir de los atributos característicos de quienes las integran, los rasgos que las definen. No hace mucho, el dramaturgo estadounidense de vanguardia Richard Foreman reparó en las "personas panqueque". Dijo lo siguiente: "Provengo de una tradición de la cultura occidental cuyo ideal (también el mío) era la estructura compleja, densa, semejante a una catedral que definía a las personalidades bien educadas; un hombre o una mujer que llevaba dentro de sí una versión personalmente construida, y por lo tanto original, de toda la herencia occidental.

"Pero en la actualidad -prosigue Foreman- advierto en todos nosotros, incluyéndome a mí, el reemplazo de la compleja densidad interior por un nuevo tipo de autoevolución que responde a la presión que ejercen la sobrecarga de información y el advenimiento de la tecnología de lo «disponible al instante». Un nuevo ser, que necesita contener un repertorio cada vez menor de aquella densa herencia cultural. Somos «personas panqueque»: extendidas en superficie y de un espesor muy delgado para conectarnos a esa vasta red de información a la que accedemos por el simple hecho de oprimir un botón."

Es la anterior una sugerente descripción de nuestra evolución cultural. Si bien resulta evidente que hoy tenemos a nuestro alcance, de manera casi instantánea, todo lo que puede llegar a interesarnos, también lo es el hecho de que mucho de eso a lo que accedemos ocupa nuestra atención apenas durante segundos. De este modo, contribuye muy poco a construir aquella ideal "catedral interior" de antaño, densa y compleja, llena de recovecos y significados posibles. Es más, ese contacto fugaz y superficial crea en nosotros la falsa ilusión de conocer. Quienes llevamos vividos muchos años, advertimos con claridad la diferencia. Aunque nos maravillan las tecnologías actuales, que adoptamos con entusiasmo, echamos de menos, sin embargo, el tiempo de elaboración interior de lo que el mundo nos brinda. Por eso resulta tan atractiva la concepción de que nuestro interior está extendido en superficie, pero es intelectualmente muy delgado: un panqueque.

Puesto que ese interior de las personas está escasamente construido, vacío, éstas "tienen mucho miedo de estar dentro de su ser", como lo señala el escritor español Jesús Ferrero. Porque cobijarnos dentro de nosotros es un óptimo recurso para defendernos de la adversidad, como acertadamente lo hace notar Manuel Vicent en uno de sus escritos recientes. Habla en él de las cabañas que construimos cuando niños, ese mundo propio en el que nos aislábamos de la realidad que percibíamos como hostil. Señala Vicent que, con la inocencia, perdimos la seguridad que nos daban esas cabañas de nuestra niñez. "Al dejar de jugar -dice- quedamos desguarecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales. Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes."

Con esperanza, sin embargo, señala que "existen seres privilegiados, que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a la adversidad. Si uno la mantiene limpia, es como si estuviera limpio todo el universo; si en su interior suena Bach, la música invadirá también todas las esferas celestes".

Precisamente la construcción de ese reducto interior, tarea al alcance de todos, está más cercana a la catedral que al panqueque, a lo denso que a lo liviano, a lo reflexivo que a lo impulsivo. Para resistir la agresión de la sucia realidad, de los actos de barbarie o de fanatismo, Vicent nos propone retirarnos a nuestro interior, imaginando "que es aquella cabaña en la que de niños nos sentíamos tan fuertes". La catedral nos acogerá; el panqueque no podrá hacerlo.

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