Los chicos más
modernos de hoy hablan con cuentagotas. Me refiero a esos sobrinitos
lejanos con los cuales nos cruzamos en un cumpleaños, o esos casuales
compañeros de asiento en el colectivo. Su percepción de la realidad
lleva tanto tiempo mediada por el uso y abuso de Internet y los
mensajes de texto que apenas pueden sostener una mínima conversación en vivo, tête à tête…
Esto me sucedió ayer. Cuando estaba adentro del ascensor y a punto de
cerrar la puerta, un tímido murmullo me detiene y me obliga a esperar.
Era el hijo de un viejo vecino. Tiene 9 años y lo sé porque hasta me
acuerdo del día en que nació: no somos dos desconocidos. Sin embargo,
transcurrió el viaje de 8 pisos y no se dignó a emitir palabra. Le
pregunté sucesivamente por su familia, la escuela, su equipo de fútbol
y hasta por su gato siamés. Nada. Pero ayer encontré su contracara, al
toparme, de casualidad, con su fotolog.
No se imaginan la elocuencia con la que cuelga fotos, describe su vida
y responde los comentarios de sus amigas y amigos. Es otra persona. Y
como tantos otros chicos, creció y crecerá bajo el arrullo del mp3, el
monitor como ventana al mundo y los dedos tecleando como única vía de
comunicación. Le costará “sacar un tema”, porque la expresión oral de
todos estos chicos ya está condicionada. Igual no me preocupo.
Seguramente, hablar con un adulto en el ascensor no debe despertar
interés en alguien que puede hacerlo con sus pares, y de una manera
bastante más efectiva de lo que sospechamos.
modernos de hoy hablan con cuentagotas. Me refiero a esos sobrinitos
lejanos con los cuales nos cruzamos en un cumpleaños, o esos casuales
compañeros de asiento en el colectivo. Su percepción de la realidad
lleva tanto tiempo mediada por el uso y abuso de Internet y los
mensajes de texto que apenas pueden sostener una mínima conversación en vivo, tête à tête…
Esto me sucedió ayer. Cuando estaba adentro del ascensor y a punto de
cerrar la puerta, un tímido murmullo me detiene y me obliga a esperar.
Era el hijo de un viejo vecino. Tiene 9 años y lo sé porque hasta me
acuerdo del día en que nació: no somos dos desconocidos. Sin embargo,
transcurrió el viaje de 8 pisos y no se dignó a emitir palabra. Le
pregunté sucesivamente por su familia, la escuela, su equipo de fútbol
y hasta por su gato siamés. Nada. Pero ayer encontré su contracara, al
toparme, de casualidad, con su fotolog.
No se imaginan la elocuencia con la que cuelga fotos, describe su vida
y responde los comentarios de sus amigas y amigos. Es otra persona. Y
como tantos otros chicos, creció y crecerá bajo el arrullo del mp3, el
monitor como ventana al mundo y los dedos tecleando como única vía de
comunicación. Le costará “sacar un tema”, porque la expresión oral de
todos estos chicos ya está condicionada. Igual no me preocupo.
Seguramente, hablar con un adulto en el ascensor no debe despertar
interés en alguien que puede hacerlo con sus pares, y de una manera
bastante más efectiva de lo que sospechamos.
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