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septiembre 04, 2008

libro negro

Revista Noticias | Anticipo en la Argentina - El libro negro del psicoanalisis
El psicoanálisis se hizo marginal

Francia es, con la Argentina, el país más freudiano del mundo. En estos dos países se admite comúnmente que todo lapsus es "revelador", que los sueños inevitablemente develan "deseos inconfesables" o que todo psicólogo es forzosamente un "psicoanalista".
En Francia, cuando los alumnos preparan sus exámenes finales del bachillerato, y a lo largo de toda la formación de maestros y profesores, las ideas de Freud –el complejo de Edipo, el desarrollo afectivo de un niño que atraviesa los estadios oral, anal y fálico– son enseñadas como verdades incuestionables. Incluso quienes nunca oyeron hablar de Freud emplean cotidianamente a diestra y siniestra abundantes conceptos freudianos ("hay que elaborar el duelo", "reprimir", "establecer transferencia", "una mujer muy castradora", etc.).
Los psicoanalistas ocupan una posición dominante en el universo de la salud mental. De trece mil psiquiatras, el setenta por ciento practica psicoanálisis o alguna terapia de inspiración psicoanalítica. Sin contar a los psicólogos y psicoterapeutas que afirman con orgullo obedecer a esta doctrina. Los freudianos están sólidamente instalados en hospitales y universidades. En los medios de comunicación se les prodigan generalmente los calificativos de "expertos" o "especialistas". El psicoanálisis goza así de un prestigio evidente.
Sin embargo, son muy pocos los que saben que esta situación es única en el mundo. En el extranjero, el psicoanálisis se ha hecho marginal. (...) En los Países Bajos, la nación donde se consume menos cantidad de ansiolíticos, el psicoanálisis es casi inexistente en tanto terapia. En Estados Unidos, sólo cinco mil personas se psicoanalizan: en relación con los 295 millones de norteamericanos, la cifra se revela hoy un poco marginal. A la célebre Sociedad Psicoanalítica de Nueva York cada día le cuesta más reclutar candidatos. El Myers, el manual que sirve de referencia a los estudiantes de Psicología allende el océano, consagra apenas once páginas a las teorías freudianas, de las 740 con las que cuenta.
¿Tendrán razón Francia y la Argentina, solas, en contra del resto del mundo?
Freud y la cocaína
Por Han Israëls. Historiador de la psicología. Autor de "El caso Freud. Histeria y cocaína".
En 1884 Freud, que entonces tenía 28 años, comenzó sus experiencias con la cocaína, una sustancia relativamente mal conocida en aquella época. Freud quería descubrir algo. Intenta así utilizar la cocaína como medio de liberarse de la morfinomanía: había leído en una revista norteamericana que eso era posible. Lleva a cabo la experiencia con Ernst von Fleischl-Marxow, un colega y amigo que se había vuelto morfinómano luego de una penosa operación quirúrgica.

Si se da crédito a las publicaciones de Freud, la desintoxicación de la morfina fue un acierto total. En 1884, escribe que el morfinómano en cuestión –del que evidentemente no proporciona el nombre– había logrado de inmediato, gracias a la cocaína, abstenerse de la morfina sin padecer síntomas de abstinencia importantes y que además, diez días más tarde, había dejado de tomar cocaína. En 1887 afirmó que que era posible curar la morfinomanía por la cocaína y que él había participado directamente en la cura de este tipo, que había sido un éxito total.

Pero en su correspondencia privada, Freud cuenta, ofreciendo detalles, una historia muy distinta. (...) En mayo de 1885, un año después del comienzo del tratamiento, Freud anota en una carta a Martha que Fleischl sólo sobrevivía con ayuda de cocaína y de morfina, y que había utilizado grandes cantidades de cocaína durante los últimos meses. El consumo había sido tal que le había provocado una intoxicación crónica cuyas consecuencias eran un grave insomnio y una suerte de deliriums tremens. Se sentía tan mal que prometía suicidarse luego de la muerte de sus padres.

(...) La lección de esta historia es la siguiente: en sus publicaciones, Freud no tuvo ningún escrúpulo en presentar una terapia desastrosa como un éxito resonante. Un investigador que comunica sus resultados de este modo no merece ser tomado con seriedad. Sólo se puede calificar de estafador.

Los pacientes imaginarios

Por Mikkel Borch-Jacobsen. Filósofo. Autor de siete libros sobre psiquiatría e historia del psicoanálisis.

Una de las razones por las cuales ha sido necesario tanto tiempo para hacerse una idea más precisa de la eficacia de los análisis practicados por Freud es que evidentemente no se conocía la identidad real de sus pacientes. Protegido por el secreto médico, Freud podía entonces permitirse escribir lo que fuera, y sólo muy progresivamente se hizo camino la verdad, a medida que los historiadores lograban identificar a las personas que se ocultaban detrás de los nombres pintorescos de "Elisabeth von R.", del "Hombre de los Lobos" o del "Pequeño Hans". (..) El balance resulta poco convincente.

Señorita Anna O.: Sabemos ya que Bertha Pappenheim no se había curado en absoluto de ningún síntoma histérico por la "cura por la palabra" de Breuer, contrariamente a las aseveraciones repetidas por Freud. Se comprende, en estas condiciones, que ella haya sido más que escéptica en relación con el psicoanálisis: según el testimonio de Dora Edinger, "Bertha Pappenheim no habló nunca de ese período de su vida y se oponía con vehemencia a toda sugerencia de un tratamiento psicoanalítico para las personas que tenía a su cargo, ante la gran sorpresa de la gente que trabajaba con ella".

Cecilia M.: Su verdadero nombre era Anna von Lieben, nacida baronesa de Tedesco. Esta paciente muy importante (y muy rica) que Freud llamaba su "Maestra" (Lehrmeisterin) sufría también múltiples síntomas y excentricidades. Era además morfinómana. Según Peter J. Swales, que fue el primero en identificarla públicamente, su tratamiento con Freud, que duró de 1887 a 1893, no produjo ninguna mejoría en su estado, sino al contrario. Su hija declaró más tarde a Kurt Eissler –que la entrevistó para los Archivos Freud– que la familia detestaba cordialmente a Freud ("todos lo odiábamos") y que la paciente misma se interesaba mucho menos por la cura catártica que por las dosis de morfina que su doctor le administraba con liberalidad: "Vamos, lo único que esperaba de él era la morfina".

El Pequeño Hans: "La historia de enfermedad y curación" del pequeño Herbert Graf no fue tal, como tampoco las de Aurelia Kronich o Ida Bauer. Freud y el padre del niño, Max Graf, gastaron tesoros de ingeniosidad psicoanalítica para la curación de aquello que Freud llamó una fobia a los caballos, considerando que provenía del complejo de castración del pequeño niño. Herbert, que evidentemente parecía tener más sentido común que sus dos terapeutas, atribuía su miedo a los caballos y a otros grandes animales a un accidente de ómnibus del que había sido testigo, en el curso del cual dos caballos habían caído para atrás. En esta segunda hipótesis, mucho más simple y prosaica, no hay por qué asombrarse de que la angustia del niño por los animales se haya atenuado espontáneamente después de un tiempo. ¡Lo sorprendente es más bien que Herbert haya salido indemne del espantoso interrogatorio edípico-policial al que su padre y Freud lo sometieron!

El Hombre de los Lobos: En el caso de Sergius Pankejeff, podemos evaluar la eficacia a largo plazo de sus dos momentos de análisis con Freud, y es rigurosamente nula: sesenta años después, Pankejeff seguía siendo víctima de pensamientos obsesivos y de ataques de depresión profunda, a pesar de un seguimiento analítico casi constante por parte de los discípulos de Freud. Este brillante éxito terapéutico fue en realidad un fracaso total.

Una nebulosa sin consistencia

Por Mikkel Borch-Jacobsen.

No nos preguntaríamos más por qué el psicoanálisis tuvo tanto éxito si estuviéramos persuadidos de su validez. En realidad, la cuestión sugiere implícitamente que no creemos, o que ya no creemos: "¿Cómo explicar que una teoría falsa como el psicoanálisis haya tenido tanto éxito?". Para decirlo de otro modo: "¿Cómo hemos podido engañarnos hasta este punto?".

(...) ¿Qué hay en la teoría psicoanalítica que la vuelve capaz de cumplir tantas funciones? Nada, según mi opinión: precisamente porque es perfectamente vacía, perfectamente hueca, esta teoría pudo propagarse como lo hizo, y adaptarse a contextos tan distintos. Se equivoca quien se pregunta qué explica el éxito del psicoanálisis, ya que nunca hubo algo como el psicoanálisis, al menos entendiéndolo como un cuerpo de doctrina coherente, organizada en torno a tesis claramente definidas y por consiguiente potencialmente refutables. El psicoanálisis no existe; es una nebulosa sin consistencia, un blanco en perpetuo movimiento.

¿Qué hay en común entre las teorías de Freud y las de Rank, de Ferenczi, de Reich, de Melanie Klein, de Karen Horney, de Imre Hermann, de Winnicott, de Bion, de Bowlby, de Kohut, de Lacan, de Laplanche, de André Green, de Slavoj Zizek, de Julia Kristeva, de Juliet Mitchell? Más aún, ¿qué hay en común entre la teoría de la histeria profesada por Freud en 1895, la teoría de la seducción de los años 1896-1897, la teoría de la sexualidad del año 1900, la segunda teoría de las pulsiones de 1914, la segunda tópica y la tercera teoría de las pulsiones de los años veinte? Alcanza con consultar cualquier artículo del "Diccionario del psicoanálisis" de Laplanche y Pontalis para darse cuenta de que el "psicoanálisis" ha sido desde el comienzo una teoría que se renueva (o flota) permanentemente, capaz de tomar los virajes más inesperados.

(...) Freud se permitió a menudo cambiar sus teorías cuando percibía que estaban invalidadas por los hechos (Clark Glymour, Adolf Grünbaum), pero se confunde rigor falsacionista y oportunismo teórico. Ningún "hecho" era susceptible de refutar las teorías de Freud, las adaptaba a las objeciones que se les hacían.

El psicoanálisis decepcionó al mismo Freud

Por Isabelle Stengers. Filósofa de las ciencias belga.

Final de su vida, en el artículo "Análisis terminable e interminable" de 1937, Freud confiesa en términos muy claros el fracaso de toda su empresa. (...) Freud mostró con enorme insistencia que la relación de fuerzas entre el paciente y el analista es desfavorable para este último, en el sentido de que todo lo que puede movilizar en contra de las resistencias del paciente no basta, la mayoría de las veces, para vencerlas. Entonces la técnica psicoanalítica no ha cumplido sus promesas, decepcionó al viejo Freud exactamente de la misma manera en que la hipnosis lo había decepcionado en los tiempos del inicio del psicoanálisis. Desde este punto de vista, este artículo pone un punto al psicoanálisis, un punto verdaderamente final, y, si uno lo lee desde esta perspectiva, como nosotros lo hemos hecho, es algo que resulta del todo evidente.

Encontramos que la mayor parte de los psicoanalistas no lo lee de este modo. Prefieren adoptar otra lectura, que por otra parte ha sido sugerida por el propio Freud: ¿el psicoanálisis es un oficio imposible? Bueno, glorifiquémonos entonces de la práctica a pesar de todo, con todo conocimiento de causa.

(...) Uno puede, sin embargo, plantearse con seriedad preguntas sobre esta última "defensa" del psicoanálisis, que se parece mucho a una pirueta. Porque Freud, antes, unía sin ambigüedades lo cualitativo y lo cuantitativo, en otras palabras, la teoría (la ciencia) y la técnica (la curación). Es el factor cuantitativo, es decir, el alivio eficaz de la curación psicoanalítica, el que le ha servido para promover el análisis como una psicoterapia-que-no-es-como-las-otras. De golpe, uno advierte que ese "hemos tenido razón cualitativamente" suena muy hueco. Flota en el aire, ya que ha perdido todo el apoyo que Freud le había dado antes. En realidad, ese "cualitativamente nosotros tenemos razón" equivale simplemente a un "existimos y vamos a continuar existiendo". Y es así como lo han entendido los psicoanalistas: "Sí, reconocemos que la mayoría de las curaciones son interminables y se saldan por un fracaso, ya que la grandeza del psicoanálisis es reconocerlo y no satisfacerse con falsas curaciones".

Los honorarios sin escrúpulos

Por Peter Swales. Historiador del psicoanálisis galés.

Tres años más tarde (en 1913), en un ensayo titulado "Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis", Freud aborda la cuestión de los honorarios, un tema que omitió profundizar siempre en su obra publicada –tan lamentablemente, hay que señalarlo–. Recomienda a los practicantes adoptar desde el comienzo una actitud muy franca. Deben convenir expresamente, con audacia y sin escrúpulos, honorarios suficientemente altos para que los clientes potenciales tengan la impresión de que la prestación que les será propuesta tiene valor. A la "cuestión molesta" de la duración del tratamiento –una cuestión "a la que, de hecho, es casi imposible responder"– Freud responde que un analista sólo puede dar garantía de que durará "más de lo que prevé el paciente".

Freud sostuvo que los honorarios elevados estaban justificados por el hecho de que, cualquiera fuera la duración del tratamiento, el psicoanálisis contaba con su promesa de partida: la cura de la neurosis. Por otra parte, es a partir de consideraciones terapéuticas que él recomendó esa actitud interesada; después de todo, la reducción progresiva del volumen del portafolio o del contenido de los bolsillos del paciente podía servirle de aguijón para mejorar en la vida. En virtud de este razonamiento y de la idea de que el pago de honorarios permitía mantener la relación entre el doctor y su paciente en un plan estrictamente profesional, el psicoanalista estaba entonces por la fuerza de las cosas en la imposibilidad de seguir con los pacientes por caridad, lo que, de todas formas, habida cuenta de los tiempos pasados, había sido fuertemente perjudicial para sus ingresos.

El corolario era que se les negaba a los pobres el beneficio del psicoanálisis, y que sólo merced a los dones del dinero, cualesquiera que fueran, podían hacer desaparecer sus neurosis. Con tales propósitos, Freud afirmaba hablar con conocimiento de causa.

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