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febrero 21, 2009

esto no es "genocidio"?

La situación en Zimbabwe ha llegado al punto en que la comunidad internacional estaría totalmente justificada de emplear la fuerza para arrestar a Robert Mugabe y llevarlo a juicio. ¿Por qué ahora? Los crímenes de Mugabe fueron lo bastante horrorosos en el pasado. Pero eran crímenes de un gobierno electo. Y no quedaba totalmente claro que cruzaran el umbral capaz de justificar una intervención armada.
En los 80, Mugabe ordenó a sus fuerzas especiales, entrenadas por Corea del Norte, que asesinaran a un grupo étnico distinto del suyo, en la provincia de Matabeleland. Ha castigado a distritos que no votan por él por medio de recortes indiscriminados en la distribución de alimentos.
Pero esas órdenes no alcanzan el nivel de “genocidio”. Sus soldados pueden haber participado alguna vez en el saqueo de los recursos de Congo, pero esto tampoco califica como una invasión o una ocupación. Zimbabwe no es un refugio ni un paraíso de terroristas internacionales buscados por Europa o EE.UU., tampoco toma parte en el mercado negro internacional de armas de destrucción masiva. Pero la situación se ha alterado recientemente.
El punto de inflexión es la pobreza, que ha sido el caldo de una epidemia de cólera. Miles han comenzado a cruzar las fronteras, sobre todo hacia la vecina Sudáfrica, llevando su enfermedad con ellos.
Esto significa que Mugabe ha hecho de sí mismo un problema internacional, desestabilizando a sus vecinos. Si actualmente se oyen con algo de fuerza las voces de gente como Desmond Tutu, o Graça Machel (la esposa de Nelson Mandela), que empiezan a insistir en que se adopte una acción regional para sacar a Mugabe del poder, se debe a que el mandatario ha ido demasiado lejos al desplazar a los enfermos hacia el territorio de los países vecinos. Es una especie de guerra biológica.
Tampoco es un detalle el hecho de que Mugabe haya sido derrotado en la última elección a pesar de que usó la maquinaria del Estado como si fuera propiedad privada de su partido de gobierno. La Unión Europea, por ejemplo, no admitiría a ningún Estado que no tuviera una democracia parlamentaria en funciones, y expulsaría de su seno a cualquier miembro que revirtiera la democracia hacia un gobierno de facto (ésta es una de las irónicas razones por las cuales los islamistas turcos son tan gustosamente proeuropeos).
Alguna vez pude compartir algunos momentos con el fotógrafo Sebastián Salgado, enviado especial de la Unesco para la erradicación de la polio. En 2001 visitamos Calcuta y partes de Bengala. Basta con que algunos bolsones resistan a la inoculación para que esta enfermedad infecciosa regrese con virulencia sobre porciones de territorios vecinos. Y en ciertas áreas de militancia musulmana, en las que se cree que la inoculación es parte de un plan para esterilizar a la gente, los médicos y enfermeras de la campaña han sido asesinados por ser “intrusos imperialistas”.
Como resultado, la polio vuelve a extenderse. Esto hace que el área tribal de Pakistán sea una zona de responsabilidad internacional antes que una preocupación interna del país. Puede que no sea del todo una coincidencia el hecho de que los talibanes y Al Qaeda nazcan de la misma fuente.
Es por eso que propongo que los derechos humanos y la epidemiología puedan ser socios naturales. Zimbabwe puede ser un excelente laboratorio en el cual someter a prueba esta idea de que las dos clases de salud están relacionadas.
Un banquete millonario televisado para mendigos
“Si hay hambre, que no se note”, habrá pensado Robert Mugabe al organizar las celebraciones por su 85o cumpleaños. Mientras el nuevo primer ministro Morgan Tsvanirani, en el cargo gracias a un pacto que abrió el gobierno a la oposición, calculó en cinco mil los millones de dólares necesarios para sacar a Zimbabwe de la quiebra, el octogenario líder gastará en su honor una parte todavía no calculada, pero significativa, de esa cifra.
En Sudáfrica afinan el lápiz y ya tienen todo listo para satisfacer las demandas de Mugabe: ocho mil langostas, dos mil botellas de champagne francés, quinientas botellas de whisky, cuatro mil porciones de caviar, tres mil patos, dieciséis mil huevos, ocho mil cajas de bombones y tres mil tartas de chocolate.
Mientras tanto, el país sufre la peor hambruna de su historia y el cólera avanza entre una población empobrecida: en los últimos meses sumó 80 mil casos y casi 3.800 muertes.

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